sábado, 8 de septiembre de 2012

Salud, educación y seguridad en crisis


Antes de Alberto Fujimori hablar del Perú era hablar de crisis económica. No es que fuera la única crisis pero era la que más nos agobiaba, junto con el terrorismo y otras formas de violencia propias de la izquierda. El Perú ha cambiado en los últimos 20 años en que el Estado ha dejado de intervenir en la economía dejándole el paso al sector privado y acatando las leyes del mercado. Gracias a ello hemos mejorado muchísimo. Ya no tenemos que hacer colas para comprar productos básicos, llenar gasolina, pagar coimas a los burócratas del Estado o esperar años por una linea telefónica, etc. Todo eso quedó atrás cuando sacamos al Estado de donde no debe estar. Pero aun el Estado está presente a muchos otros sectores que hoy siguen en crisis. La crisis actual es de la educación, la salud y la seguridad. 

Los recientes conflictos sociales en salud y educación reflejan una crisis endémica que suele cubrirse con más dinero para los revoltosos, bajo la idea de que acallando las protestas se superan las crisis, pero se equivocan. Las crisis siguen allí, especialmente para el pueblo quien es el que las sufre a diario con la mala educación y la pésima atención de salud. ¿Qué hacer? Hagamos lo mismo que antes: ¡saquemos al Estado de esos sectores!

Hoy el peruano promedio ha dejado de ser el pobretón de los 70 y 80 que esperaba todo del Estado con la mano extendida. El peruano en estos días tiene mayor poder adquisitivo y esto se ve. Está dispuesto a pagar por calidad y lo hace. Apenas puede prefiere enviar a sus hijos a una escuela privada, y estas existen hasta en los barrios más "humildes" como Huaycán. Hoy la gente prefiere pagar su consulta de diez soles en una clínica popular, o en los hospitales de Solidaridad, antes que pasar por la tortura del seguro social. Y desde luego, se ha hecho cargo de su seguridad enrejando su barrio y pagando un guachimán para su cuadra.

El Perú ha cambiado en el siglo XXI pero el Estado sigue siendo el mismo de antes en estos sectores, o es incluso peor. Hemos cambiado al Estado en el área económica pero lo hemos dejado tal cual en salud, educación. Debemos dar el siguiente paso. Hay que cambiar estos sectores para mejorar la calidad de los servicios, dejando a un lado el paradigma absurdo de la "gratuidad y universalidad". Esos conceptos ya no van con nuestra realidad y tampoco han servido en lo absoluto.

El colapso del Estado en los sectores de educación y salud es total. Somos los últimos del mundo en calidad educativa y en el nivel de los alumnos. Tenemos el peor servicio de salud pública, donde las negligencias y el maltrato son la norma. Algo similar pasa en la seguridad ciudadana donde el valor de los policías y su respeto a la institución es lo único que les impide irse al paro.

Pese a que el Estado peruano es incapaz de brindar educación y salud los, políticos se lanzan a prometer mayores prestaciones asistenciales de todo tipo. Pretenden "erradicar la pobreza", como si fuera una plaga de insectos que se combate con pesticidas y no hacen más que beneficencia pública.Y aun se pretende abarcar cosas misteriosas como la "cultura", un concepto incluso más gaseoso que la pobreza, así como otras exquisiteces y maravillas como el "medio ambiente". Hoy estos sectores abstractos y difusos recibe más interés, presupuesto y atención que las personas.

El hospital Almenara ya pasa de los 70 años y nadie piensa en renovarlo, pese a que sus instalaciones hacen estragos por todos lados. Sin embargo, el Estadio Nacional, sede de nuestros fracasos futbolísticos de las últimas décadas, con menos años ha merecido una completa renovación, demostrando las prioridades de nuestros políticos. Eso estaba bien hace medio siglo, pero hoy los clubes ya tienen sus propios estadios ¿por qué el Estado sigue teniendo un estadio de fútbol? Francamente es incomprensible.

La seguridad social fue diseñada con mucho cuidado y esmero por verdaderos expertos a mediados del siglo pasado, pero casi de inmediato fue enteramente prostituida, no una sino varias veces, por nuestros políticos, empezando por el general Juan Velasco Alvarado, quien al mejor estilo de Fidel Castro ordenaba según sus sabios criterios izquierdistas igualarlo todo bajo un mismo rasero de mediocridad, arrojando al tacho todos los estudios y diseños previos. Luego vendrían los sucesivos gobiernos que le cambiaron el nombre, el color y el logotipo, una y otra vez, desfalcando sus fondos por un lado mientras que por el otro ampliaban alegremente sus coberturas. Es decir, metían más gente a la combi del seguro con el cuento de "al fondo hay sitio". Y hoy ya no puede moverse.

La seguridad social ya no es un sistema sino un caos general que nadie sabe cómo desatar. Lo mismo pasa con la educación, reformada más veces que la carpa de un circo pobre. Y tampoco saben cómo resolver. La Policía Nacional, mamarracho inventado con la fusión forzada de tres instituciones policiales, ha sido igualmente prostituida por los incontables aprendices e improvisados que la han dirigido sin criterio alguno desde el Ministerio del Interior. Hasta hoy la Policía Nacional no ha alcanzado una imagen institucional como la que antaño tenían la GC, la PIP y la GR. Y así, mientras la crisis carcome las entrañas del Estado en estas áreas, los políticos continúan con sus alegres promesas de crear más ministerios para ocuparse de cosas tan extravagantes como la inclusión social, los derechos humanos o incluso la juventud, cuando no han podido hacer nada por la mujer, ni siquiera permitirles elegir libremente un método anticonceptivo y hasta se les ha negado el aborto terapéutico.

Lo más sensato para terminar con las crisis de salud y educación sería quitarle al Estado la responsabilidad directa y transferir la gestión al sector privado aunque de manera gradual. Debemos empezar, por ejemplo, transfiriendo el primer piso de la atención de salud, es decir, la atención primaria, enteramente al sector privado, y que la seguridad social se ocupe de los niveles más especializados y costosos. También hay que pensar en trasladar la gestión de las escuelas a los padres de familia y entidades privadas que sean capaces de gestionarlas directamente. No a los municipios que siguen siendo parte del fracasado sistema político. Solo quitándole al Estado estos servicios podemos recuperar la calidad de la salud y la educación, que es lo que a todos nos importa.

En cuanto a la seguridad, ya se ha propuesto privatizar las cárceles. Hay que seguir con esa idea. Y habrá que ver de qué manera recuperamos la institucionalidad perdida en el cuerpo policial, donde todavía es perceptible la rivalidad entre ex PIPs y ex GCs. En este campo francamente no tengo idea de cómo resolver el entuerto si no es restableciendo las escuelas de antes y facilitando la especialización y la institucionalidad.

En suma, el Estado debe empezar su retiro progresivo de las áreas donde hoy resulta ineficiente y donde además permite una maquinaria de manipulación política como es la educación. Debemos eliminar gradualmente el concepto de gratuidad por el de calidad. Ambas son incompatibles. Y si queremos seguir creciendo como país y ser más competitivos en el mundo, debería importarnos más la calidad. Hay que dejar atrás el viejo paradigma inútil de la gratuidad universal.


DB

4 comentarios:

  1. El dogma de gratuidad y universalidad ha sido el fetiche de la porquería izquierdista en el Perú, sinónimo de fracaso y miseria

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  2. Esta genial tu articulo, pero como medico te puedo afirmar que el aborto 'terapeutico' no ayuda en nada a nadie. Es un eufemismo

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  3. Esta genial tu articulo, pero como medico te puedo afirmar que el aborto 'terapeutico' no ayuda en nada a nadie. Es un eufemismo

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  4. ¿Eufemismo el aborto terapéutico? Bueno, dejémoslo en aborto. Igual no se lo han proporcionado.

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