jueves, 7 de noviembre de 2013

La guerra de los programas sociales


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

Una de las mayores muestras de la estupidez política peruana se desarrolla en estos días. Se trata de la guerra de los programas sociales desatada entre los presidentes Ollanta y su esposa y el ex presidente Alan García y su esposa. Un enfrentamiento en el que se disputan la medalla a quién atendió mejor a los más pobres. Si ya era bastante con que el ex presidente rete a debatir a Ollanta, la incursión de las primeras damas en el pleito llega a lo extravagante. Estamos frente a una auténtica pelea de callejón.

Lo patético de esta situación es que se disputan la tarea más insulsa a la que puede dedicarse un gobierno, pues los programas sociales son en realidad una declaración de incapacidad para revertir la pobreza. No es verdad que los programas sociales ayuden a salir de la pobreza. Todo lo que hacen es ocultarla, maquillarla, barrerla bajo la alfonbra e, incluso, nada. 

Los pobres han sido objeto de manipulación política desde tiempos bíblicos. Sin embargo, nada detiene esta mala costumbre de utilizarlos. La humanidad se pasado el último siglo gastando sumas millonaria en ayuda a los países más pobres del Africa y estos siguen en la misma situación de miseria espantosa. En el Perú los programas sociales creo que empezaron con Leguía y sus comedores populares. Hizo algo más que eso, pues Leguía también construyó hospitales y mejoró las condiciones de existencia de toda la ciudad. Desde esos días, hace ya un siglo, que los programas sociales se ejecutan en el país con ligeras variantes. Pero los pobres siguen allí. Si estos han aumentado o disminuido se debe a la situación económica del país y a ninguna otra variable.

Ollanta Humala, que tiene un cerebro trasnochado de izquierda, se cree todo un mesías redentor de los pobres, capaz de inventar la pólvora en el tema de los programas sociales. Pero lo cierto es que sus asesores de campaña no hicieron más que googlear y copiar los programas sociales de otros países, hasta con nombre propio, como el SAMU. Las limitaciones mentales de Ollanta lo llevan a creer que los programas sociales son lo máximo que un gobierno puede hacer. Y hasta ha declarado con bastante ridiculez que son "la niña de sus ojos". Es decir, más no se puede esperar de este pelele. No nos extrañemos pues que el país ya empiece a retroceder. 

Tradicionalmente, al menos en el siglo pasado, el asistencialismo popular era tarea de las primeras damas. Habían algunas instituciones especializadas públicas y privadas como el INABIF, la Beneficencia Pública, la maternidad, asilos, orfanatos, etc. Pero paulatinamente el protagonismo de los gobiernos y sus primeras damas les ha ido quitando sus funciones, hasta que Ollanta Humala con su Ministerio de Inclusión Social terminó por acapararlo todo. No es raro pues ver ahora que la Beneficencia Pública tenga una costra de altos funcionarios ganando unos sueldasos por no hacer nada en locales vacíos, mientras que Nadine y Ollanta se pelean por apadrinar los programas sociales

Lo insólito es que Ollanta Humala piensa dar asistencia a las personas desde que aparecen como un embrión alojado en el útero hasta que llegan a la tumba en la ancianidad. Esto ya parece una novela de Orwell o Kafka. El Estado acompañando a los ciudadanos en cada etapa de su vida. ¿No es tenebroso? Pero esa es la mentalidad aberrante que predomina en la progresía, la que hace quebrar estados y convierte en calvario la existencia de los ciudadanos. Para la progresía el Estado debe ser el gran Hermanón y el padrino regalón. Aunque por desgracia no es raro comprobar que mucha gente de derecha cree también que el asistencialismo es vital.

El asistencialismo solo es vital para los políticos pero no para el surgimiento de un país. Ayuda a maquillar las cifras, como ha ocurrido en Venezuela, Bolivia y Brasil, pero eso no significa mejora real de la sociedad ya que solo los han hecho dependientes de una mano bondadosa y clientes de un gobierno. Se repite que la alimentación en los primeros años es vital para que los niños desarrollen su cerebro. Eso es cierto en parte, porque si esos niños no reciben adecuada estimulación y, sobre todo, adecuada educación, tendrán un cerebro nutrido pero vacío. Alimentar niños en las escuelas para que, acto seguido, reciban la pésima educación de maestros del SUTEP no sirve para nada. No hay mejor programa social que una buena educación o un empleo.

Desgraciadamente muchos opinólogos, académicos y políticos solo se alimentan de cifras estadísticas y de reportes de organismos internacionales. Sentados desde sus cómodas oficinas leen esos reportes y creen que eso es la realidad. Luego salen a los medios a brindar declaraciones triunfalistas. Pero la realidad es siempre muy diferente a lo que se ven en los cuadros estadísticos. Y generalmente los programas sociales solo sirven para alimentar esas estadísticas. Por lo demás es un gasto millonario que en su mayor parte se queda en los bolsillos de una nube de burócratas. Acabamos de ver cómo el MIDIS ha malgastado tres millones en una insulsa celebración. 

La pobreza no se combate con asistencialismo. Eso lo saben todos, lo repiten a cada instante, pero nadie se atreve a criticar los programas sociales. Hoy son una vitrina de publicidad para el régimen donde brilla la primera dama como si fuera Lady Vanderbilt, la dueña de la billetera. Ridícula ostentación que debería ser criticada acremente por todos los medios. 

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