domingo, 6 de octubre de 2013

Politiquería oficial como agenda del Estado


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

El escenario político peruano es cada día más penoso y aburrido. Los días transcurren en pleitos de ex presidentes a través de las redes sociales, acusaciones, amparos, citaciones y show anticorrupción. Mientras tanto los problemas siguen creciendo. Parece que mientras la situación económica no nos afecte como en el pasado, cuando vivíamos igual que hoy en Venezuela, haciendo colas para comprar productos básicos que estaban racionados en supermercados del Estado, mientras que no tengamos apagones constantes ni tengamos que ir a una agencia del Estado a solicitar dólares para salir de viaje esperando meses por la respuesta, como pasa en Venezuela, parece que seguiremos felices.

Pero todo eso puede cambiar si seguimos por la ruta que Ollanta Humala está trazando. Aunque no es un estadista de talla y carece de la prerparación suficiente para encarar un gobierno, Ollanta Humala sigue empeñado en realizar cambios que tienen un solo denominador común: más Estado. Desde que se hizo candidato no ha dejado de mencionar un solo día su consigan sagrada de "inclusión social", lo que en términos concretos significa convertir al Estado en beneficencia pública. Ollanta no tiene más en mente que "programas sociales", que según la lógica mental de Ollanta es la "redistribución de la riqueza". La pose de apoyo a las inveriones privadas no pasa de ser solo eso: una pose.

Al igual que Alan García en los 80, Ollanta también cree que el Estado tiene el deber de generar el crecimiento repartiendo dinero. Acaba de anunciar su nueva tesis de "incluir para crecer". Pero no solo eso. Ahora pretende crear otro ministerio: el de Ciencia y Tecnología. También es un convencido de que la burocracia es la clave del desarrollo. Los últimos 3 presidentes han padecido del mismo mal del estatismo burocrático. Toledo inventó un organismo público y una ley salvadora para cada problema. Alan García acabó su gobierno inventado dos nuevos paquidermos inútiles: los ministerio del ambiente y de cultura, los cuales tuvieron un efecto inmediato en el crecimiento: retrasaron por dos años más la tramitología de los nuevos proyectos. 

El letargo que se ha visto en estos dos años de gobierno de Ollanta en la salida de nuevas inversiones se debe en gran parte a la aparición de esos monstruos estatales del ambiente y de cultura. Para lo único que han servido es para retrasar los proyectos, aparte de crear una nueva casta de burócratas muy bien pagados que no hacen más que llenar y trasladar papeles. Con un nuevo ministerio el Ejecutivo pasaría a tener 20 ministerios y quién sabe cuántos organismos públicos adicionales. Lo peor de todo es que muy poca gente se opone a la creación de ministerios. Es una cosa curiosa. El común de la gente se siente feliz de tener estos ministerios. Ven en ellos algo mágico.

Mientras que la mentalidad de la gente y la del gobierno esté concentrada en cómo hacer más grande el Estado, cómo hacer que el Estado intervenga más en la vida de las personas, cómo hacer para que el Estado "distribuya" la riqueza, impulse la "inclusión social" y toda esa fantasía estatista que encandila a la gente, lo que hacemos es cargar más y más peso en el bote del progreso, haciendo que este sea cada vez más lento hasta que llegará al punto en que amenace su flotación. Este es el punto en que se halla hoy Venezuela. Lo ha logrado en apenas diez años de gobierno desequilibrado y demencial. Pero nosotros estamos en la misma ruta, sin mucho ruido pero en la misma ruta. El gasto del Estado crece año tras año y los servicios no mejoran, por el contrariom, están peor.

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