jueves, 3 de octubre de 2013

A 45 años del golpe de Velasco


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

Hace muchos años leí un artículo de Manuel Puig que me impactó desde la primera frase: "Adolfo Hitler, ese hijo de su puta madre". Hoy quisiera imitar aquella certera expresión para empezar este artículo. Juan Velasco Alvarado, ese hijo de su puta madre, inició hace 45 años uno de los más nefastos capítulos de nuestra historia. No solo dio un golpe de Estado, tan corriente en la vida republicana del Perú hasta ese entonces, sino que decidió apoderarse del país para imponer su iluminada voluntad, tomando toda clase de medidas arbitrarias que significaron la conculcación de libertades y derechos de todos los peruanos, y perturbando los cimientos institucionales del Estado y la sociedad para montar una fantasía idealista de sociedad más justa.

Los idiotas que abundan por todos lados no dudan en admirar a Velasco precisamente por esa "buena voluntad" expresada en sus discursos, por el sentimiento "nacionalista" que supestamente le impuso a su gobierno y porque se preocupó "por los más pobres". Patética palabrería que suele acompañar a los limitados mentales que tratan de hacer política. La combinación más mortal que hay en la política es precisamente la buena voluntad dirigida por la más supina ignorancia con una convicción fanática. Quien encarna esta letal mezcla de imbecilidad suele convertirse en un dictador prepotente que le impone a todos sus caprichos revestidos como actos de grandeza. Y desde luego, nunca falta una lacra social que lo sigue y lo idolatra, convirtiéndolo en el líder de sus sueños.

El nacionalismo de Velasco Alvarado fue en realidad chauvinismo y xenofobia dirigida a los EEUU. Una patología mental muy extendida por el mundo pero que en los días de Velasco parecía una originalidad. Tras ese nacionalismo tranochado Velasco se dedicó a banalidades estúpidas como cambiarle el nombre a las avenidas que tenían nombres norteamericanos como Wilson y Pershing, se dedicó a combatir a Papá Noel y el árbol de Navidad por ser "elementos alienantes", censuró el programa infantil del "Tío Johnny" porque era un nombre yanki y usaba una vestimenta extranjera, combatió a Supermán y al Super Ratón por ser ímágenes del poder imperial, censuró la publicidad de la Coca Cola y se mostró malcriado y prepotente con el embajador de los EEUU solo para dar la imagen de valiente antimperialista, tal como hacen hoy los cretinos de Evo Morales y Nicolás Maduro. Así de delirante era el nacionalismo de Velasco Alvarado.

Semejante grado de estupidez no podía dejar de reflejarse también en otros escenarios. Por desgracia se reflejó en todos los aspectos de la vida nacional, porque el afán reformista de Velasco no tuvo límites. No hubo un solo lugar adonde no se metiera a querer transformarlo totalmente. La frase más repetida por el dictador era "transformaciones profundas". Gracias a esas transformaciones profundas realizadas por puro capricho, cegado por el odio social y el fanatismo ideológico, el Perú acabó, años después, en un estado de permanente crisis económica que se alargó hasta inicios de los 90, cuando Alberto Fujimori se decidió a desmontar casi todo el aparato estatal del velasquismo, incluyendo la fatídica Constitución de 1979 que se mandó hacer para "consagrar las transformaciones profundas del gobierno revolucionario de las FFAA". 

Lo que recuerdo de aquellos tiempos de la locura revolucionaria velasquista es principalmente la tragedia de la reforma agraria. Tragedia porque significó un abuso infame que afectó a varios miles de familias peruanas que se quedaron en la más absoluta miseria, al ser confiscados todos sus bienes. Muchos se quedaron solo con la ropa que tenían puesta. Ese atropello se justificó paradójicamente como "justicia social", ya que el propósito de los lunáticos era entregar las tierras "a sus legítimos propietarios". Con ese discurso falaz se dio inicio a una era de enfrentamiento social que disminuyó la unidad nacional. Más que solucionar un supuesto problema de justicia, la reforma agraria creó y/o agudizó graves problemas en el agro. Para empezar la producción agrícola se vio afectada al punto que tuvimos que importar papas de Holanda. El campesinado se vio empobrecido y comenzó la era de las grandes migraciones a Lima, desapareció el mercado de tierras, se implantó un improductivo minifundismo, desaparecieron las grandes inversiones en el agro, etc., etc.  Esas fueron las penosas consecuencias de la reforma agraria velasquista, y que subsisten hasta hoy porque la deuda agraria aun está pendiente y muchas industrias agropecuarias están todavía en problemas de propiedad como Andahuasi y Cayaltí. Y aun así, con todas esas evidencias del desastre provocado, hay estúpidos que siguen defendiendo esa reforma.

Pero la desgracia provocada por Velasco Alvarado al Perú no se limitó al agro. Como dijimos, el delirio reformista de este cachaco iluminado abarcó casi todo, incluyendo el fútbol. Las reformas impuestas al deporte desde el gobierno provocaron igualmente el desastre del fútbol que solo pudo lograr clasificar a España 82 donde no pudo ganar un solo partido y acabó goleado por Polonia. Eso fue obra de una generación que se formó antes de las reformas velasquistas. De allí en más, el fútbol solo dio pena.  Lo mismo pasó con el voley, el box y el atletismo que dejaron de cosechar triunfos. La intromisión del gobierno en la educación pública y en el deporte configuró el escenario del fracaso.

Hace falta una gran dosis de fanatismo desquiciado para admirar a Velasco. Uno de sus más grandes admiradores fue Hugo Chávez, quien llevó a la práctica muchos de los principios de Velasco. Lo que hoy vemos en Venezuela es la imagen del fracaso total. Es el mismo resultado que hubo en el Perú: una sociedad dividida, enfrentada, polarizada, una economía en crisis,  un Estado gigantesco y corrupto, muchas empresas públicas ineficientes que no dan buen servicio y pierden plata año tras año, deuda pública que crece cada vez más porque no llega inversión extranjera y la producción nacional está deprimida, escasez de productos básicos, prohibiciones y excesivas regulaciones burocráticas para importar, falta de divisas, inflación, colas, acaparamiento, regulación de precios, miles de ciudadanos desesperados por largarse del país, etc. 

Ese fue el escenario del desastre nacional ocasionado por Juan Velasco Alvarado. Si a eso le sumamos el desastre de la educación nacional producido por cebar a los sindicatos comunistas como el SUTEP y dar una especie de patente de corso a las universidades nacionales para que se conviertan en centros de formación de subversivos comunistas, las condiciones para que Sendero Luminoso hiciera su aparición estaban dadas. Al final de los años 70 vimos la aparición del SUTEP dirigiendo sus infaltables huelgas nacionales que paralizaban la educación por meses, los paros de la CGTP exigiendo mayores gollerías a los trabajadores y dirigentes sindicales y las primeras asonadas de Sendero Luminoso en Ayacucho. Esa fue en suma la gran herencia de Juan Velasco Alvarado. Así es como podemos afirmar categóricamente que no hubo una sola cosa buena aportada por ese gobierno al país. Ni una sola. Todo lo contrario: sufrimos un gran desastre nacional. Ahora me dirán si Velasco no fue, en efecto, un verdadero hijo de su puta madre.

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